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Bogotá, Colombia - América

Utopía pedagógica del Evangelio II

Utopía pedagógica del Evangelio 2

Por: Óscar A. Pérez Sayago, Secretario General de la CIEC.

El Reino de Dios, cuya presencia entre nosotros anuncia Jesús y al cual invita a adherirse, conlleva una transmutación, un radical cambio de todo aquello que niega o se opone al Proyecto de Dios, el anti-reino; la transformación de la realidad es la muestra de que el Reino está haciéndose presente y actuando. Estos son sus signos:

  • Ante el fariseísmo legalista y ritualista, Jesús afirma que el culto en espíritu y en verdad, agradable a Dios, es el amor al prójimo y la práctica de la justicia. Cuando los fariseos criticaron a Jesús porque compartía la mesa con publicanos y pecadores, Jesús les replicó: “Vayan a aprender qué significa aquello de: Misericordia quiero, y no sacrificios. Porque no he venido a llamar a justos sino a pecadores[1].

 

  • En oposición a la hipocresía y a la mentira, Jesús proclama la verdad que nos hace libres. Interrogado por Pilato si era Rey, Jesús contestó: “Si, como dices soy Rey. Para esto he nacido ya y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad”[2].

 

  • En un mundo donde impera la violencia, la amenaza, el temor y la muerte, Jesús ofrece la vida en abundancia y trae la verdadera paz: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia”[3]. A los fariseos y herodianos que estaban al acecho para ver si curaba en sábado al hombre que tenía la mano paralizada, les pregunta: “¿Es lícito en sábado hacer el bien en vez del mal, salvar una vida en vez de destruida?”[4] y lo cura de su enfermedad. Y al enviar a sus discípulos a proclamar la Buena Nueva por todo el mundo les da como don y les confía como tarea construirla verdadera paz: “Les dejo mi paz, les doy mi paz; no se la doy como la da el mundo[5].

 

  • En una sociedad con múltiples formas de esclavitud y empobrecimiento, Jesús nuevamente proclama la Buena Noticia de la liberación de todas las servidumbres. En la sinagoga de Nazareth, al inaugurar su misión, Jesús proclama: “El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido, me ha enviado a anunciar a los pobres la Buena Nueva, a proclamar la liberación a los cautivos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor. La escritura que acaban de oír se ha cumplido hay”[6].

 

  • En el mundo actual, estructurado según la ley de la competitividad y la exclusión, en el que predominan las relaciones de dominio y opresión, Jesús vuelve a afirmar la igualdad y la solidaridad de hermanos y hermanas. Al percatarse de que dos discípulos estaban tramando cómo ocupar los primeros puestos en el Reino mesiánico nacionalista que ellos creían que Jesús iba a fundar, les dice: “Ustedes saben que los jefes de las naciones las gobiernan como señores absolutos, y los grandes las oprimen con su poder. Pero no ha de ser así entre ustedes, sino que el que quiera llegar a ser grande entre ustedes, será su servidor, y el que quiera ser el primero entre ustedes, será esclavo suyo; de la misma manera que el Hijo ¿el hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida como rescate por muchos”[7].

 

  • Frente a la acumulación excluyente y egoísta de la riqueza de nuestra sociedad, Jesús reafirma la necesidad de compartir los bienes de la creación. A un joven que quería seguirlo y que desde su juventud había observado los mandamientos, Jesús le dice: “Aún te falta una cosa. Vende todo cuanto tienes y repártelo entre los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven y Sígueme. Pero el joven, oyendo esto, se puso muy triste, porque era muy rico[8].

 

  • Frente a la búsqueda de prestigio y privilegios, Jesús defiende el valor y la dignidad de toda persona como hijo e hija de Dios y la igualdad de todos los seres humanos en la fraternidad. Mientras que los escribas y fariseos obran para ser vistos por los hombres y van buscando los primeros puestos en los banquetes y las sinagogas y que la gente los llame ‘Rabbi’, Jesús advierte a sus discípulos: “Ustedes en cambio no se dejen llamar ‘Rabbi’ , porque uno solo es su Maestro, y, “ustedes todos son hermanos… El mayor entre ustedes sea su servidor, pues el que se ensalce, será humillado, y el que se humille, será ensalzado[9].

 

  • Ante las estructuras aplastantes y totalitarias del poder de ayer y de hoy, Jesús contrapone la actitud del servicio a la comunidad[10]. Cuando los discípulos le preguntan: “¿Quién es el más importante en el Reino de los Cielos?, Él llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: Les aseguro que, si no cambian, y se hacen como niños, no entrarán en el Reino de los Cielos. El que se haga pequeño como este niño, ése es el mayor en el Reino de los Cielos”[11].

 

  • Contra la absolutización de la ley, Jesús afirma que esta debe estar al servicio de las personas y no lo contrario, y proclama como código que regula la vida humana: el mandamiento nuevo del amor. En su testamento Jesús dice a sus discípulos: “Les doy un mandamiento nuevo, que se amen los unos a los otros. Que, como yo los he amado, así se amen también los unos a los otros. En esto conocerán todos que son discípulos míos, si se tienen amor los unos a los otros”[12]

 

Para Jesús, el Reino de Dios no se establece intrascendentemente, dejando a la persona, al mundo y a la sociedad inalterados como si no pasase nada. La Buena Noticia exige y comporta el cambio radical de las situaciones generadoras de violencia y de muerte, de injusticia y exclusión en las que se vive. Por esta razón Jesús encontró constantemente oposición, padeció, fue condenado a muerte, y anunció también a sus discípulos persecución, cárcel, torturas y muerte. En Tesalónica, cuando Pablo y Silas anuncian que Jesús es el Cristo, “los judíos, llenos de envidia reunieron a la gente maleante de la calle, armaron tumultos y alborotaron la ciudad gritando: Ésos que han revolucionado todo el mundo, se han presentado también aquí”[13].

 

Para más información:

PERESSON, Mario Leonardo, 2012, A la escucha del maestro, Bogotá, Colombia, 2012.

#SomosEscuelaCatólicaDeAmérica.

Fuente: CIEC.

 

[1] Mt 9,10 – 13; 12,1 -8; 23,23.

[2] Jn 8,31 – 32; 18,37.

[3] Jn 10,10.

[4] Mc 3,4.

[5] Jn 14,27.

[6] Lc 4, 18-21.

[7] Mt 20,20—28; 18, 1-6.10.

[8] Mt 18,18-27; LC 12, 33-34; LC 14,33; 12,33-34

[9] Mt 23,14; Cf. Mt 20, 20-28; 11,25-27; LC 14,7-11.

[10] Mt 23, 11-12

[11] Mt 18, 1-4.

[12] Jn 13,34-35; 15,12-13; LC 10,25-37.

[13] Hch 17, 5-6.

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