Por: Óscar A. Pérez Sayago, Secretario General de la CIEC.
La educación católica, con sus numerosas instituciones educativas, ofrece una contribución relevante a la Iglesia en el proceso de renovación que nos propone el Papa Francisco, con el objetivo de forjar en los niños, jóvenes y en la cultura los valores antropológicos y éticos que son necesarios para edificar una sociedad solidaria y fraterna.
En esta mirada amplia de la educación, menciono las características de la Escuela Católica que queremos.
1. Una escuela católica que apuesta por una mejor educación
Para enfrentar creativamente el momento educativo actual, debemos desarrollar más y más nuestras capacidades, afinar nuestras herramientas, profundizar nuestros conocimientos. Reconstruir nuestro alicaído sistema educativo, desde el reducido o prominente lugar que nos haya tocado ocupar, implica capacitación, responsabilidad, profesionalismo. Nada se hace sin los recursos necesarios, y no sólo los económicos, sino también los talentos humanos. La creatividad no es cosa de mediocres. Pero tampoco de “iluminados” o “genios”: aunque siempre hacen falta los soñadores y los profetas, su palabra cae en el vacío sin constructores que conozcan su oficio.
2. Una escuela católica que sea un lugar de acogida cordial
La orfandad contemporánea, en términos de discontinuidad, desarraigo y caída de las certezas principales que dan forma a la vida, nos desafía a hacer de nuestras escuelas una “casa”, un “hogar” donde las mujeres y los hombres, los niños y las niñas, puedan desarrollar su capacidad de vincular sus experiencias y de arraigarse en su suelo y en su historia personal y colectiva, y a su vez encuentren las herramientas y recursos que les permitan desarrollar su inteligencia, su voluntad y todas su capacidades.
3. Una escuela católica que sea un lugar de sabiduría
La escuela debe ser un lugar de sabiduría, como una especie de laboratorio existencial, ético y social, donde los niños y jóvenes puedan experimentar qué cosas les permiten desarrollarse en plenitud y construyan las habilidades necesarias para llevar adelante sus proyectos de vida.
4. Una escuela católica que educa con el testimonio
La escuela debe ser un lugar donde maestros “sabios”, es decir, personas cuya cotidianeidad y proyección encarnan un modelo de vida “deseable”. Preocupémonos para que nuestros maestros, nuestros directivos, nuestros capellanes, nuestros administrativos, sean realmente buenos y serios en lo suyo.
5. Una escuela católica que educa para la vida fraterna y comunitaria
Muchas instituciones promueven la formación de lobos, más que de hermanos; en muchas aulas se premia al fuerte y rápido y se desprecia al débil y lento. En muchas se alienta a ser el “número uno” en resultados, y no en compasión. Pues bien, nuestro aporte específicamente cristiano es una educación que testimonie y realice otra forma de ser humanos.
6. Una escuela católica que eduque la inteligencia del corazón
Educar la inteligencia del corazón es retomar en la vida cotidiana de la escuela alguna experiencia humana frecuente, como la alegría de un rencuentro, las desilusiones, el miedo a la soledad, la compasión por el dolor ajeno, la inseguridad ante el futuro, la preocupación por un ser querido, etc.
7. Una escuela católica que forme para una conciencia crítica
La escuela debe formar niños y jóvenes libres y responsables, capaces de interrogarse, decidirse, acertar o equivocarse y seguir en camino, y no meras réplicas de nuestros propios aciertos…, o de nuestros errores. Y justamente para ello, seamos capaces de hacerles ganar la confianza y seguridad que brota de la experiencia de la propia creatividad.
8. Una escuela católica atenta a los nuevos comportamientos de los niños y jóvenes
Vivimos un profundo cambio especialmente en los niños y jóvenes, los cuales tienen nuevas sensibilidades y están en búsqueda de nuevas experiencias.Tenemos urgencia de valorar las nuevas maneras de pensar y sentir de nuestros estudiantes, para aprender a encontrarnos con ellos, pues de lo contrario no sólo nos verán débiles en nuestros propósitos, sino que nos verán perdidos y hasta desorientados.
9. Una escuela católica que dialoga con las pedagogías contemporáneas
Este diálogo, tan urgente como necesario, pasa por una posición siempre crítica que explora la potencialidad de los paradigmas con las condiciones reales en las que se plantean las propuestas. Si lo nuestro es hacer accesible la educación, promover los valores de la solidaridad, la justicia, y la dignidad, construir personas y formar ciudadanos, luchar por la equidad y las oportunidades para todos, entonces estos diálogos con las pedagogías contemporáneas son condición sine qua non para remozar nuestras propuestas y plantear los proyectos contextualizados y que respondan a los más sentidos anhelos de los estudiantes, niños, jóvenes o adultos, como de las sociedades y grupos humanos donde llevamos nuestra propuesta. La educación católica no solo debe ser consistente teóricamente y coherente metodológicamente sino explícita en sus medios y en sus fines.
10. Una escuela católica que apuesta para dar frutos y resultados
La escuela se propone provocar en nuestros niños y jóvenes una transformación que dé frutos de libertad, autodeterminación y creatividad y -al mismo tiempo- se visualice en resultados en términos de habilidades y conocimientos realmente operativos, es decir, personas con capacidad de transformar esa sociedad.
#SomosEscuelaCatólicaDeAmérica.
Fuente: CIEC.