Por: Óscar A. Pérez Sayago, Secretario General de la CIEC.
Partimos de la conciencia y afirmación de que la educación católica participa de la misión misma de Jesús y de la Iglesia: su misión de evangelizar.
Los cuatro Evangelios, particularmente los sinópticos, unánimemente nos muestran que Jesús tuvo la clara conciencia de que la misión para la cual había sido enviado era la de evangelizar: proclamar la Buena Nueva, anunciar con su palabra y mostrar con los signos que hacía, que el Reino de Dios había llegado y estaba ya en nosotros y en medio de nosotros[1].
Así presenta la Exhortación Apostólica del Papa Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, el testimonio y la misión de Jesús:
El testimonio que el Señor da de sí mismo y que San Lucas ha recogido en su Evangelio: “Es preciso que anuncie también el Reino de Dios en otras ciudades” (Lc 4, 43), tiene, sin duda, grande alcance ya que define con una sola frase la misión de Jesús “porque para eso he sido enviado” (Ibid..). Estas palabras alcanzan todo su significado cuando se las considera a la luz de los versículos anteriores en los que Cristo se aplica a sí mismo las palabras del profeta Isaías: “El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para evangelizar a los pobres” (Lc 4,18).
Proclamar de ciudad en ciudad, sobre todo a los más pobres, con frecuencia los más dispuestos, el gozoso anuncio del cumplimiento de las promesas y de la Alianza propuestas por Dios, tal es la misión para la que Jesús se declara enviado por el Padre; todos los aspectos de su ministerio, la misma Encarnación, los milagros, las enseñanzas, el llamamiento de sus discípulos, el envío de los Doce, la cruz y la resurrección, Ia continuidad de su presencia en medio de los suyos, forman parte de su actividad evangelizadora[2].
Jesús se presenta, con su vida, con su palabra y con los signos de toda su acción, como el evangelizador y el servidor del Reino de Dios. Su causa, a cuyo servicio se dedicó con fidelidad total y por la que entregó su vida, fue la causa del Reino.
La vida histórica de Jesús de Nazaret tiene su centro, su polo de atracción y su sentido último y decisivo en una realidad clave: el Reino de Dios, dos realidades inseparablemente relacionadas: para Jesús, Dios, a quien llama Abbá, es siempre el “Dios del Reino”, y el Reino es siempre “el Reino de Dios”.
Pero hay algo más; al anunciar la Buena Nueva del Reino de Dios, Jesús invita a la conversión y a su seguimiento para que ese Reino pueda seguir siendo conocido, anunciado, servido [3] y así fuese proseguida su causa. Es históricamente cierto que Jesús, al anunciar la Buena Nueva del Reino, invitaba también a seguirle y a proseguir su misión.
También hay algo totalmente evidente en los Evangelios: Jesús mismo, con su vida, con su Palabra, con toda su acción, muerte y resurrección, es la presencia y manifestación del Reino de Dios. Él es el Mesías, “el Cristo”, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo[4].
Para más información:
PERESSON, Mario Leonardo, 2012, A la escucha del maestro, Bogotá, Colombia, 2012.
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Fuente: CIEC.
[1] Cf. MC l,l4-15; Lc 4,l6-21; Mt 4,121723; 9,35: EN 6-8. 13-14.
[2] EN 6.
[3] Cf. Lc 9, 1-6 y par; Lc 10,1-12.
[4] Jn 11,27.