Por: Óscar A. Pérez Sayago, Secretario General de la CIEC.
“El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado”[1].
Si la intencionalidad del proyecto educativo de Jesús es la instauración del Reino de Dios, realidad última y sentido absoluto de toda su misión, la razón de su vivir y de la entrega de su vida, su pedagogía tiene como centro a la persona humana y está orientada a su realización en plenitud.
Jesús reafirma en su enseñanza, y particularmente con su práctica, el valor absoluto de la persona, frente a la cual todo debe ser relativizado y en función de cuya realización, todo debe orientarse. Ni las instituciones, ni las leyes, ni las tradiciones, ni las prácticas religiosas de lo puro e impuro. Por más sagradas que sean, no pueden absolutizarse y mucho menos ser manipuladas para legitimar la opresión o instrumentalizar a las personas. Todo, absolutamente todo, debe supeditarse al bien
y la vida de las personas, máxime si son los pobres y excluidos. Lo más sagrado para Jesús es la persona humana, particularmente los empobrecidos, y la realización plena de su vida está antes que todo.
Por esta razón Jesús se enfrenta permanentemente con las autoridades religiosas, jurídicas, políticas y económicas del judaísmo, porque utilizaban las instituciones como el Templo, la Ley y las tradiciones, tales como la observancia del sábado y las prácticas rituales de purificación, para dominar las conciencias, legitimar la opresión que ejercían sobre el pueblo y garantizar privilegios.
Cuando está amenazada la vida humana por el hambre, no se puede anteponer la sacralidad del Templo, ni la prohibición de no profanar el reposo del sábado. Por eso Jesús legitima a los discípulos que, al sentir hambre, cuando pasaban por los sembrados en sábado, arrancaron espigas y se pusieron a comer; aunque eso no estaba permitido hacer durante el descanso sabático, de la misma manera como David, cuando sintieron hambre él y sus compañeros, entró en el Templo y comió los panes de la proposición que estaban reservados únicamente para los sacerdotes[2].
Lo primero, lo absoluto, es salvar a las personas, particularmente a los marginados y excluidos, garantizar su vida por encima de todo, comenzando por las condiciones materiales que la hacen posible, atendiendo a sus necesidades básicas: el alimento, combatiendo el hambre; la salud, venciendo la enfermedad: el trabajo que asegura el pan de cada día, especialmente de los más pobres y de los que menos cuentan en la sociedad: ‘Pues yo les digo que hay aquí algo mayor que el Templo’. Si hubieran comprendido lo que significa aquello de ‘Misericordia quiero, y no sacrificios’, no condenarían a los que no tienen culpa. Porque señor es del sábado el Hijo del hombre[3].
Por esta razón Jesús, durante los tres años de su vida pública, aun violando las prescripciones y tradiciones, enfrentó y combatió el hambre[4], la enfermedad[5], la tristeza[6], la ignorancia[7], el abandono[8], la soledad[9], la letra que mata[10], las leyes opresoras[11], la injusticia[12], el miedo[13], el sufrimiento[14], el pecado[15], y la muerte[16].
Para más información:
PERESSON, Mario Leonardo, 2012, A la escucha del maestro, Bogotá, Colombia, 2012.
#SomosEscuelaCatólicaDeAmérica.
Fuente: CIEC.
[1] Mc 2,27.
[2] Cf Mt 12, 1-8.
[3] Mt 12,6-8.
[4] Cf. Mc 6,35-44.
[5] Cf. Mc 1,29.34.
[6] Cf. Lc 7,13.
[7] Cf. Mc 1,27; 6,34.
[8] Cf. Mt 9,36.
[9] Cf. Mc 1,40-41; 5,34.
[10] Cf. Mc 3,4; Mt 5,20-48.
[11] Cf. Mc 7,8-13; Lc 14,1-6.
[12] Cf. Mt 5,20.
[13] Cf. MC 6.50.
[14] Cf. Mc 6,55-56.
[15] Cf. Mc 2,5.
[16] Cf. Mc 5,41-42.