Por: Óscar A. Pérez Sayago, Secretario General de la CIEC.
“¿Para qué se quiere preservar hoy un poder que será recordado por su incapacidad de intervenir cuando era urgente y necesario hacerlo?” (LS, 57)
Esta pregunta formulada por el Papa Francisco no va dirigida a la educación ni a la Escuela Católica sino a los poderosos de este mundo que tienen la posibilidad de diseñar y tomar las decisiones urgentes que se requieren, con mayor amplitud de miras, para prevenir los conflictos y su consecuente impacto ambiental que va acabando con el planeta.
Ciertamente que no le toca a la Educación Católica resolver los problemas ecológicos ni dar la dirección a las políticas que harán que el desarrollo sea humano, integral y sostenible, tal como lo propone Laudato Si’, en el profético documento propuesto por Francisco a cada persona de este planeta sobre “el cuidado de la ‘casa común’”. No obstante, la Educación Católica tampoco puede diluir o minimizar la responsabilidad que le corresponde asumir en el escenario complejo de la actual situación de mundo y, más localmente, en nuestro continente. En otras palabras, también es válida la pregunta del Papa porque, tal como él mismo señala:
“Si se quiere conseguir cambios profundos, hay que tener presente que los paradigmas del pensamiento realmente influyen los comportamientos. La educación será ineficaz y sus esfuerzos serán estériles si no procura también difundir un nuevo paradigma acerca del ser humano, la vida, la sociedad, y la relación con la naturaleza” (LS, 215).
Conviene preguntarnos con frecuencia qué es lo católico de la misión educativa o, mejor, qué hace que una propuesta educativa escolar sea católica. Desde nuestra reflexión, nos arriesgamos a decir que la Escuela Católica es una espiritualidad que invita a encontrar a Dios y encontrarse con Él en la persona de los estudiantes y los colegas, y que anuncia a Jesucristo fundamentalmente por la manifestación del rostro misericordioso de Dios; una relación pedagógica respetuosa, creativa y propiciadora del crecimiento de las personas; una opción basada en la construcción de comunidad, en la preocupación por los pobres, la justicia y el cuidado de la casa común; una propuesta educativa de calidad y contextualizada a las realidades económicas, sociales y políticas; y con unos valores que, a partir de la esperanza, toman en cuenta las capacidades y potencialidades de cada persona y el compromiso con la construcción de una sociedad justa, equitativa y en paz.
Hoy más que nunca estamos invitados a la búsqueda de respuestas nuevas coherentes con las realidades. En concreto, tenemos que inventar las respuestas que correspondan a los cambios sociales, económicos y políticos de los pueblos en donde nos hemos encarnado, atentos especialmente a los niños y jóvenes que quedan excluidos de los beneficios de la globalización tanto en los países ricos como en los países pobres.
Por este motivo, las posibilidades de la educación católica para ser referente de propuestas educativas para la “ciudadanía ecológica” son enormes. No se trata aquí de repetir las desafiantes propuestas educativas de Laudato Si’ que ya, de entrada, propone una educación en el contexto de las realidades de una ‘casa común’ degradada, irrespetada, sobrexplotada, y poco cuidada. Pero Francisco también plantea el tema del “amor civil y político” indispensable para construir la sociedad, y va más allá, al punto de plantear una espiritualidad ecológica y un llamado a la conversión interior profunda porque es desde el fondo del corazón que puede surgir un cambio en las actitudes, en el criterio para ponderar las consecuencias ecológicas de las decisiones personales y políticas, y que la única Tierra que conocemos clama por el respeto a la humanidad y de la humanidad a la ‘casa común’.
El currículum, las prácticas cotidianas, los contenidos, el estudio de la historia, la geografía, la clase de educación religiosa, los modelos sostenibles que sustentan la economía de la escuela, las decisiones de compras y consumos, el conocimiento de los espacios geográficos, la contemplación del paisaje, y muchas cosas más encuentran en la Educación Católica un espacio único para crecer en la consciencia del papel que todos jugamos en la protección del medio ambiente, de la responsabilidad intrínseca de todas las decisiones sociales y personales, y que toda acción, por pequeña que parezca, puede tener efectos devastadores o constructores de la ‘casa común’.
Si, el tema ecológico atraviesa toda la vida de la escuela y la universidad, sus relaciones, su propuesta educativa, sus criterios de calidad, sus relaciones e intencionalidades.
En síntesis, una escuela y una universidad que forma seres humanos para que vivan otros estilos de vida alternativos a las lógicas de la dominación, del consumo desmedido y depredador, del irrespeto por la vida, de la ambición y el egoísmo destructor. Cambios que irán propiciando transformaciones culturales que generen otras lógicas sociales, un nuevo comienzo, como lo dice Francisco.
#SomosEscuelaCatólicaDeAmérica.
Fuente: CIEC.