MARÍA GÓMEZ | De tan usado, puede perder significado, pero lo cierto es que uno de los mejores calificativos del viaje del papa Francisco a los Estados Unidos es “histórico”. También lo ha sido el discurso que ha pronunciado hoy viernes 25 de septiembre ante los representantes de las Naciones Unidas en Nueva York: por ser el cuarto papa en hablar en ese foro, por hacerlo en el 70º aniversario de la Organización, porque era la primera vez que la bandera del Vaticano se izaba en la ONU… El discurso en sí admite varios adjetivos más: sincero, alentador, estimulante. Y muy aterrizado, con propuestas muy concretas. La mayoría, referidas a la protección del medio ambiente y la defensa de los excluidos.
Después de Pablo VI en 1965, Juan Pablo II en 1979 y 1995, y Benedicto XVI en 2008, el papa Francisco consideraba un “honor” la invitación a hablar en una Organización que ha definido como “la respuesta jurídica y política adecuada al momento histórico (…). Una respuesta imprescindible ya que el poder tecnológico, en manos de ideologías nacionalistas o falsamente universalistas, es capaz de producir tremendas atrocidades. No puedo menos que asociarme al aprecio de mis predecesores, reafirmando la importancia que la Iglesia Católica concede a esta institución y las esperanzas que pone en sus actividades”.
“Es cierto que aún son muchos los graves problemas no resueltos, pero es evidente que, si hubiera faltado toda esa actividad internacional, la humanidad podría no haber sobrevivido al uso descontrolado de sus propias potencialidades”, añadió.
Equidad y justicia
Francisco ha reclamado “una mayor equidad” en la participación de los países en la Organización, y en este punto dejó un mensaje muy claro sobre un importante fallo en el funcionamiento del sistema internacional: “Los organismos financieros internacionales han de velar por el desarrollo sustentable de los países y la no sumisión asfixiante de estos a sistemas crediticios que, lejos de promover el progreso, someten a las poblaciones a mecanismos de mayor pobreza, exclusión y dependencia”.
El Papa recordó que “la justicia es requisito indispensable para obtener el ideal de la fraternidad universal” y advirtió que “ningún individuo o grupo humano se puede considerar omnipotente, autorizado a pasar por encima de la dignidad y de los derechos de las otras personas singulares o de sus agrupaciones sociales”.
Y criticó que, como consecuencia de “muchos falsos derechos” y de “un mal ejercicio del poder”, el medio ambiente y los excluidos se conviertan en “víctimas”. “Por eso hay que afirmar con fuerza sus derechos, consolidando la protección del ambiente y acabando con la exclusión”.
Medio ambiente y excluidos
En la línea de los últimos llamamientos a favor del medio ambiente, y citando en varias ocasiones su encíclica Laudato si’, el Papa aseguró en la ONU que “cualquier daño al ambiente es un daño a la humanidad”, algo compartido, dijo, por todas las creencias religiosas”
No solo eso, sino que “el abuso y la destrucción del ambiente, al mismo tiempo, van acompañados por un imparable proceso de exclusión. (…) La exclusión económica y social es una negación total de la fraternidad humana y un gravísimo atentado a los derechos humanos y al ambiente“.
Así, “los más pobres son los que más sufren estos atentados por un triple grave motivo: son descartados por la sociedad, son al mismo tiempo obligados a vivir del descarte y deben sufrir injustamente las consecuencias del abuso del ambiente. Estos fenómenos conforman la hoy tan difundida e inconscientemente consolidada ‘cultura del descarte’”.
Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible
“Alzo mi voz junto a la de todos aquellos que anhelan soluciones urgentes y efectivas. La adopción de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible en la Cumbre mundial que iniciará hoy mismo, es una importante señal de esperanza. Confío también que la Conferencia de París sobre cambio climático logre acuerdos fundamentales y eficaces”.
Y por si acaso sus palabras caían en el saco de los buenos propósitos al que no hay que volver a mirar, alertó contra de “tentación de caer en un nominalismo declaracionista con efecto tranquilizador en las conciencias. Debemos cuidar que nuestras instituciones sean realmente efectivas en la lucha contra todos estos flagelos” (trata de seres humanos, comercio de órganos, explotación sexual de niños y niñas, trabajo esclavo, prostitución, tráfico de drogas y de armas, terrorismo y crimen internacional organizado, etc.)
E insistió: “La acción política y económica solo es eficaz cuando se la entiende como una actividad prudencial, guiada por un concepto perenne de justicia y que no pierde de vista en ningún momento que, antes y más allá de los planes y programas, hay mujeres y hombres concretos, iguales a los gobernantes, que viven, luchan y sufren, y que muchas veces se ven obligados a vivir miserablemente, privados de cualquier derecho”.
El indicador de la nueva Agenda 2030 lo pone Francisco en dos factores: lo material y lo espiritual. En sus propias palabras, “el acceso efectivo, práctico e inmediato, para todos, a los bienes materiales y espirituales indispensables: vivienda propia, trabajo digno y debidamente remunerado, alimentación adecuada y agua potable; libertad religiosa, y más en general libertad del espíritu y educación”.
“Por un mundo sin armas nucleares”
Más adelante en su discurso, Francisco ha clamado contra la guerra: “La guerra es la negación de todos los derechos y una dramática agresión al ambiente. Si se quiere un verdadero desarrollo humano integral para todos, se debe continuar incansablemente con la tarea de evitar la guerra entre las naciones y entre los pueblos”.
Pero para resolverlo ha pedido diplomacia y negociación: Hay que asegurar el imperio incontestado del derecho y el infatigable recurso a la negociación, a los buenos oficios y al arbitraje, como propone la Carta de las Naciones Unidas, verdadera norma jurídica fundamental”.
Empeñado en “la solución pacífica de las controversias”, el Pontífice ha animado a seguir trabajando contra la proliferación de armas, “especialmente las de destrucción masiva, como pueden ser las nucleares”. “Una ética y un derecho basados en la amenaza de destrucción mutua –y posiblemente de toda la humanidad– son contradictorios y constituyen un fraude a toda la construcción de las Naciones Unidas, que pasarían a ser ‘Naciones unidas por el miedo y la desconfianza’. Hay que empeñarse por un mundo sin armas nucleares, aplicando plenamente el Tratado de no proliferación, en la letra y en el espíritu, hacia una total prohibición de estos instrumentos”.
Conflictos en todo el mundo
En su largo discurso, todavía hubo palabras para los cristianos perseguidos y en general para los conflictos en Oriente Medio, el norte de África, Ucrania, Siria, Irak, Libia, Sudán del Sur y en la región de los Grandes Lagos, lugares donde “hay seres humanos singulares, hermanos y hermanas nuestros, hombres y mujeres”, y reclamó a las naciones “a través de las normas y los mecanismos del derecho internacional, a hacer todo lo posible para detener y prevenir ulteriores violencias sistemáticas contra las minorías étnicas y religiosas y para proteger a las poblaciones inocentes”.
Francisco terminaba su intervención citando a Pablo VI. Y luego exhortó: “No podemos permitirnos postergar ‘algunas agendas’ para el futuro. El futuro nos pide decisiones críticas y globales de cara a los conflictos mundiales que aumentan el número de excluidos y necesitados”. “Les aseguro mi apoyo, mi oración y el apoyo y las oraciones de todos los fieles de la Iglesia Católica, para que esta Institución, todos sus Estados miembros y cada uno de sus funcionarios, rinda siempre un servicio eficaz a la humanidad”.