Por: Óscar A. Pérez Sayago, Secretario General de la CIEC.
Jesús mismo, para realizar su misión evangelizadora, escogió un camino y una medición fundamental: la educación. Desde el comienzo de su misión se hizo y fue reconocido como Maestro, poseído por el Espíritu, que enseñaba una “doctrina nueva y lo hacía con autoridad”[1], creando con quienes lo escuchaban y querían seguirlo, una relación educativa que los convertía en “discípulos” suyos.
En efecto, el proyecto del Reino de Dios sólo se haría posible si quienes escuchaban la Buena Noticia, la acogían en su corazón, nacían a una vida nueva, cambiaban su mentalidad y forma de vivir anteriores, y se comprometían con el Plan de Dios de “hacer nuevas todas las cosas”[2], y entraban a formar parte de la comunidad de los seguidores del camino trazado por Jesús. Su misión evangelizadora implicaba una tarea educativa, formar personas nuevas, a ejemplo suyo, comprometidas con la causa de la justicia, la solidaridad y la paz. La misión evangelizadora de Jesús hacia surgir el discipulado y el seguimiento.
Para nosotras/os, educadores/as, en el seguimiento de Jesucristo Maestro, Evangelizador del Reino, la educación es, pues, el lugar y la mediación por excelencia para realizar la misión evangelizadora. El acto educativo, la labor cotidiana de la educación debe ser comprendido como un hecho salvífico mediante el cual se está realizando el proyecto liberador de Jesús, la presencia de su Reino; un lugar, “topos”, y un tiempo propicio de la acción de Dios.
Por esta razón, el hecho educativo debe ser visto y asumido como “lugar teologal” de la experiencia de fe, y, a su vez, como “lugar teológico” de reflexión y compresión creyente del acto educativo.
Para entender el papel de la Educación en la formación de la persona y para la construcción de la sociedad, debemos comprender cuál es su significado y la función que está llamada a cumplir.
La persona, creada por Dios a su imagen y semejanza[3], es un ser histórico en continuo crecimiento que, a través del conjunto de sus opciones libres a lo largo del tiempo, busca realizar su proyecto de vida. “Es” y al mismo tiempo es un “deber ser”. En este sentido “se va haciendo persona”, se va humanizando y por eso mismo realizando la vocación propuesta por Dios. De la misma manera, una comunidad, un pueblo, son realidades históricas que se van configurando, creciendo y realizando a lo largo del tiempo y en una geografía. Van creándose y recreándose permanentemente como seres culturales en interacción constante con el contexto que los circunda y del cual forman parte.
Crecer significa evolucionar, desarrollarse, progresar, multiplicarse, construirse, superarse, transformarse, realizarse desde dentro, a partir de las potencialidades y oportunidades, de las condiciones reales que se tienen y también en conformidad con las metas que cada persona o una comunidad se proponen alcanzar.
Con todo, este proceso, como toda realidad histórica, no es lineal, sino un camino lento, arduo, lleno de aventuras y peripecias, de marchas y contramarchas, de avances y retrocesos, de altibajos; por otra parte, el reconocimiento de las subjetividades no permite establecer un camino uniforme, sino valorar la pluralidad e individualidad de los caminos educativos, teniendo en cuenta los contextos e identidades diferentes.
No hay un camino hecho o un itinerario preestablecido, pero hay ideales, aspiraciones y metas, y cuando el horizonte es claro, las etapas del camino se van abriendo en la marcha. El que tiene un “porqué” y un “para qué” vivir, siempre encontrará o creará el “cómo” llegar a él.
La educación (e-ducere) significa conducir, guiar, acompañar, desde una realidad y situación, hacia una meta o ideal; o también crecer desde dentro, desarrollando todas las riquezas y potencialidades que se tienen como persona y como comunidad. La educación es, entonces, el proceso de formación integral en y para la vida.
La educación puede plantearse desde un doble dinamismo: en primer lugar, como el proceso de crecimiento, desarrollo y realización como persona, del cual cada una y cada uno es el primer y principal responsable, sujeto y protagonista. Es prioritariamente un proceso endógeno, que se genera desde dentro, sin el cual cualquier labor educativa es inútil o fallida.
En segundo lugar, es una praxis social de acompañamiento, seguimiento y apoyo a las personas y comunidades para ayudarlas en los esfuerzos y búsquedas que están haciendo, en su propósito de autogestión, autoformación, autorrealización. Es el componente exógeno, que se induce (in-ducere) desde afuera, como coadyuvante al esfuerzo que se genera desde dentro.
Ambos procesos son absolutamente necesarios y confluyen para la consecución de los fines de la educación. El uno como generador, el otro como propulsor y acelerador. El uno de carácter potencial, el otro de carácter instrumental. La educación es posible, entonces, mediante la conjunción de los dos dinamismos co-operantes.
Por su naturaleza misma el proceso educativo implica una antropología o comprensión de la persona humana en su condición real, social, cultural y utópica; una comprensión y visión de la sociedad en su realidad actual y también del ideal que queremos y nos proponemos construir; y la comprensión de un modelo de Iglesia hacia la cual nos proponemos orientar la acción pastoral.
La imagen que se tenga de la persona, de su vocación y destino, regula, inspira y orienta la acción educativa, ofreciendo el cuadro de referencia de su realización como persona, porque señala el fin que se ha de conseguir.
La visión de la sociedad nos plantea los rasgos que debe tener la comunidad humana que estamos llamadas/os a construir para convivir dignamente, donde quepamos todas/os sin exclusión alguna.
La comprensión y modelo de Iglesia que se tenga inspira y orienta todo el actuar pastoral.
A partir de ahí se puede comenzar a desarrollar el proceso educativo que debe tener las características de la gradualidad y la integralidad, es decir, la realización de las personas y de la comunidad en la totalidad de sus dimensiones.
Para más información:
PERESSON, Mario Leonardo, 2012, A la escucha del maestro, Bogotá, Colombia, 2012.
#SomosEscuelaCatólicaDeAmérica.
Fuente: CIEC.
[1] Mc 1,27.
[2] Cf. Ap 21,5;2 2Co 5,17; Is 43,18-19.
[3] Cf. Gn 1,26.