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Bogotá, Colombia - América

EL TEXTO GRANDE DE LA VIDA

TEXTO DE LA VIDA

“En un país que vive tantas conmociones políticas y de seguridad, los temas de ciencia, educación y desarrollo parecen intrascendentes o al menos no urgentes”, dijo en reciente escrito Moisés Wasserman, rector de la Universidad Nacional. Sin embargo, ciencia, educación y plan decenal fueron ocupación de veinte mil personas durante los nueve meses anteriores.

Apuntaron a individuar los diez ejes básicos del sector educativo, como cubrimiento académico pleno, mejoramiento cualitativo, acceso a las tecnologías de información, indispensable conexión con el trabajo, promoción de la paz, modos de evaluación.

El espectáculo fue el de una sociedad civil que retiene como propio el derecho a decidir por dónde y hacia dónde orienta su futuro desde el presente educativo. Por mandato, el Estado debe convertir en política planificada cuanto le ha sido señalado por el constituyente primario, como para ratificar que no es la sociedad civil para el Estado, sino este para la sociedad. Por eso se entiende poco que el Gobierno declare no obligatorio el plan decenal.

La educación desborda al plantel educativo. Pero se sabe bien que desde los días de Platón en su Academia y de Aristóteles en su Liceo, los planteles son casa de la ciencia y de los métodos para producir, reproducir y transferir ciencia, es decir, conocimiento riguroso, argumentado, demostrado, probado.
El “atrévete a saber” de los clásicos lo transformó la modernidad en el “atrévete a usar de tu propio entendimiento”, que ha permitido a la humanidad alcanzar los niveles actuales de ciencia, tecnología y desarrollo, a que todos aspiramos para salir de nuestro atraso personal y social. La ciencia y los métodos que se cultivan en la academia capacitan para la permanente producción y reproducción de los objetos de nuestro conocimiento matemático, físico, químico, biológico. Ese es el campo rico y amplio de las ciencias naturales o técnicas.


Pero los clásicos y también los modernos han diferenciado bien las ciencias naturales de las humanas y sociales. La academia no aspira a formar tan solo en los ámbitos en que se producen y reproducen los objetos, sino también, y sobre todo, en la construcción de los sujetos. Hay que precaverse de una sociedad científica y técnica sin humanidad, arte, cultura, religión, ética ni estética. El mismo conocimiento objetivo y científico anida primero en el cerebro y el corazón de los sujetos.
Tiene razón la fase actual de la modernidad cuando reclama en la sociedad científica, técnica e informatizado espacio para la sabiduría, constructora y reconstructora de los sujetos, sin los que no habrá Estado-pueblo ni Estado-nación. A eso se orientan hoy numerosos y significativos aportes, como los de Lyotard en su Informe sobre el saber y de Morin en sus Siete saberes indispensables para la educación del futuro.


Saber ser, saber vivir, saber ser en comunidad, saber leer y escribir el texto grande de la vida, saber ser en libertad y en comunidad indican zonas, competencias y destrezas que no derivan, sin más, de la ciencia, sino de la sabiduría. Esta es más urgente, sin duda, que aprender a manipular técnicas e informáticas por necesarias que se las suponga.


Y si la ciencia exige profesores, la construcción de hombres y de mujeres reclama maestros. Los planteles educativos que son casa de la ciencia son también templos de la sabiduría. En tal contexto, el país, sus conductores, los padres de familia, los educadores y los que se educan tienen urgencia de aclararse qué significa educación religiosa escolar (ERE) en reciprocidad y sintonía con los fines de toda genuina educación. La ERE no debe equivaler a catequesis ni a catecismos. Si es escolar, la ERE es propia de planteles y de maestros que, en el acto mismo de indagar la verdad de los objetos, fundamentan los sentidos de vida de los sujetos. Convertir la educación religiosa en partija confesional o en tiempo libre aduce suma irresponsabilidad con el proyecto nacional de educación.

Medio que publica: El Tiempo

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