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Bogotá, Colombia - América

Educar para que el futuro de la economía esté basado en la Ecología

Oscar A. Pérez Sayago

Entramos en una nueva fase de la humanidad, la fase de cuidar y proteger la Casa Común, especialmente ahora que se ha calentado y ha perdido su equilibrio. Para ello, la Escuela debe promover un modelo de comportamiento, es decir, una ética mínima para todos, así como morales salvadoras que, aunque diferentes, se orienten al mismo propósito, que es salvar la vida y el planeta amenazado.

La ética debería venir acompañada de una espiritualidad, o en palabras de Saint-Exupéry, del cultivo de la vida del espíritu. Esta vida conlleva una visión global del universo, de la Tierra, de la humanidad y de la misión que corresponde al ser humano en el conjunto de los seres. La vida del espíritu tiene que ver con un sentido último y con un conjunto de valores que nos acompaña a lo largo de toda la viday que hacen significativa la existencia. Así como una estrella no brilla sin aura, del mismo modo una ética no fluye sin espiritualidad.

La espiritualidad pertenece a la dimensión de lo humano profundo, donde se formulan los grandes sueños y las utopías. Por la espiritualidad el ser humano percibe que el universo entero está permeado de la Energía Suprema que es Dios, poderosa y amorosa, y que nosotros estamos anclados en el corazón del Padre y Madre de bondad infinita.

Como nunca antes en la historia estamos invitados a un nuevo comienzo. Está en nuestras manos no permitir que la existencia sea un valle de lágrimas, sino una montaña de bienaventuranzas.

Sabiamente nos comparte el Papa Francisco en Laudato Si: “Quiero proponer a los cristianos algunas líneas de espiritualidad ecológica que nacen de las convicciones de nuestra fe, porque lo que el Evangelio nos enseña tiene consecuencias en nuestra forma de pensar, sentir y vivir. No se trata de hablar tanto de ideas, sino sobre todo de las motivaciones que surgen de la espiritualidad para alimentar una pasión por el cuidado del mundo. Porque no será posible comprometerse en cosas grandes sólo con doctrinas sin una mística que nos anime, sin «unos móviles interiores que impulsan, motivan, alientan y dan sentido a la acción personal y comunitaria” LS, 216.

De este modo se viraliza la vida del espíritu.

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