Oscar A. Pérez Sayago
El cuidado implica involucrarse con el otro o con la comunidad de la vida, mostrando celo e incluso preocupación. Conlleva siempre una actitud de benevolencia, de querer estar al lado, de acompañar y proteger. La comprensión quiere conocer afectivamente la comunidad de la vida con el corazón, y no solo con la cabeza. Por lo tanto, no se trata de conocer para dominar, sino conocer para entrar en comunión con la realidad. Hay que rescatar los derechos del corazón y la inteligencia cordial o sensible, como menciona Leonardo Boff.
Para ellos necesitamos una vida espiritual. Esta vida espiritual se caracteriza por la gentileza y ternura con el otro, tratar de entenderlo en su lógica interna y acogerlo como es. Esta comprensión implica el amor, la buena voluntad y la superación de la malicia y la sospecha. Con razón decía San Agustín que conocemos en la medida en que amamos.
Cuidar con comprensión la vida significa entonces educar para que la ciencia y la tecnología siempre estén en armonía con toda forma de vida y nunca contra ella o sacrificando su integridad y belleza. El cuidado invita a ecologizar todo lo que hacemos con la comunidad de la vida, es decir, a rechazar las acciones dañinas para los ecosistemas o que causan sufrimiento a los representantes de la comunidad de la vida, tal como lo menciona la Carta de la Tierra: “tratar a todos los seres vivos con respeto y consideración, implica mantener el consorcio de los seres, evitar los monocultivos y el pensamiento único, para que predominen la lógica de la inclusión y la perspectiva holística (N°15).
Aquí recordamos las palabras del Papa Francisco en Laudato Si contra la globalización del paradigma tecnocrático que piensa resolver todos los problemas ecológicos y humanos solamente con los medios científico-técnicos. La misma crítica dirige al antropocentrismo exacerbado que sitúa al ser humano fuera y por encima de la naturaleza con el pretexto de dominar y convertirla en un simple medio de producción de riqueza (N°115 – 136).
