Por: Óscar A. Pérez Sayago, Secretario General de la CIEC.
La escuela, y en general las instituciones educativas, están replanteando su rol social, sus funciones y su misma misión a la luz de las nuevas realidades. En otras palabras, no podemos seguir pensando, como hace unas décadas, en que la escuela o la universidad son los espacios privilegiados para la socialización de los niños y los jóvenes; tampoco que son los únicos proveedores y comunicadores del conocimiento, ni mucho menos que agoten las posibilidades educativas que la sociedad contemporánea requiere.
De la misma manera, la educación no se agota en la escuela, aunque la institución educativa formal sigue siendo fundamental en las estructuras sociales tanto porque certifican, socializan, convocan y continúan siendo un instrumento poderoso de los estados nacionales para sus procesos de cohesión. La escuela también se ha desterritorializado, no pocas veces produce desconfianza, y cada vez resulta menos extraño que las familias recurran a otro tipo de instancias educativas.
Sin embargo, la escuela formal sigue siendo predominante. Por eso, una reflexión necesaria es pensar que “la escuela católica es primero escuela”, como ha afirmado el Hno. Carlos Gómez, FSC. Y si no la dejamos ser lo sustantivo, poco importaría lo adjetivo. No se piensa en lo adjetivo como calificativo peyorativo o accesorio, sino que solo puede prosperar en cuanto el sustantivo permita ser lo que es, y le dé importancia capital a lo que es constitutivo.
La escuela también ha replanteado sus roles, sus criterios de calidad, su razón de ser en las sociedades donde está inmersa, las expectativas que se pueden tener sobre ella y, aunque sigue siendo el instrumento por excelencia para la formación ciudadana y de la adquisición de competencias fundamentales para el trabajo, la vida profesional y la ciudadanía, son muchas las voces que la cuestionan y denigran.
Sin embargo, los países han entendido que la educación tiene un impacto fundamental en el desarrollo de las sociedades, la competitividad de la economía, el mejoramiento de las condiciones de vida de los ciudadanos y, por supuesto, que la mala educación perpetúa la pobreza, mientras que las sociedades en las que la educación logra proveer las competencias que permiten competir en condiciones de igualdad por las oportunidades, dan pasos gigantescos hacia la equidad y la inclusión social.
La pobre educación y la diferencia cualitativa de los sistemas educativos, como es el caso de América Latina, tiene como consecuencia el ensanchamiento de las brechas sociales y la escandalosa desigualdad. Esto conlleva la fragilidad de las democracias, la existencia de clientelas políticas y empresas electorales, al tiempo que se debilitan los partidos, emergen populismos de derecha e izquierda que, con la promesa de combatir la corrupción, se instauran en el poder reproduciendo los vicios que prometían combatir y subvertir.
De otro lado, las ciencias de la educación, la psicología cognitiva, y las neurociencias, entre otras, generan modelos pedagógicos novedosos, y planteamientos curriculares y didácticos que impactan la vida de la escuela formal y que ayuda a los niños y jóvenes a crecer en las nuevas realidades con espíritu crítico, manejo comprehensivo de la información, capacidad de aprender a aprender, formación del criterio, discernimiento del valor de la información, argumentación sólida, manejo de lenguas extranjeras, aproximación a la realización y contemplación del arte, y competencias para la vida ciudadana.
En pocas palabras, la escuela tiene que ofrecer calidad acorde con las expectativas actuales, y renovarse en sus modelos pedagógico, prácticas, propuestas curriculares, metodologías, contenidos e intencionalidades. Sobre una propuesta de escuela contemporánea e innovadora se construye la escuela católica, donde la propuesta axiológica, el modelo formativo, la educación de la fe, el espacio evangelizador, la frescura del Evangelio, la fraternidad y la libertad tienen la posibilidad de florecer y enraizar, y le dan la impronta que tiene el poder de educar la fe y en la fe para posicionarse en los contextos con la vida de la Iglesia y su propuesta humanística.
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