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Bogotá, Colombia - América

Motivación en el aula: entre teorías y alumnos, y profesores

Por: Helga Elliff – Gestión Educativa.

Teorías de la motivación en el aula abundan, especialmente aquellas que hablan de la motivación de los alumnos y que derivan en publicaciones que indican qué hacer para mantenerla por lo más alto. Pero, ¿qué hay de la motivación de los profesores?

“En 5º con orientación en ciencias naturales se repite una y otra vez, en los testimonios de los alumnos, que la clase con Laura ‘es interesante, entretenida’; alguien agrega que ‘relajante y muy buena, es como un respiro en la semana y la profe es la mejor’. Se valora el tipo de ejemplos, ‘concretos’, ‘divertidos, que nos interesan a todos’”. (Elliff, 2022, p. 242).

El fragmento anterior podría haberse elaborado según recomendaciones dadas en algún manual de motivación, de esos en los que nos encontramos las cosas que deberíamos hacer en nuestra aula para tener alumnos motivados. Pero no, el texto destacado corresponde a lo que en aquel momento dijeron los alumnos de Laura acerca de ella y de sus clases.

 

Las teorías

Me gusta la frase “no hay nada más práctico que una buena teoría”. Coincido. No recuerdo cuándo la escuché por primera vez ni quién es su autor, pero me encanta.

Si el lector es profesor y ha leído algo de motivación en el aula, puede que haya leído teorías o recomendaciones de diversos orígenes teóricos.

Puede ser que haya leído algo en relación con motivación intrínseca y extrínseca, y tal vez ideas prácticas para lograr que en el aula los alumnos se enganchen de tal modo con las tareas que usted les proponga, que ya no necesiten que los ande empujando usted desde fuera.

Puede, tal vez, que haya leído acerca de las virtudes de la evaluación “para el aprendizaje”, diseñada de modo tal que los alumnos experimenten la evaluación como una instancia en la que puedan aprender y tomar conciencia de lo que saben, siendo todo esto un motor más para lo intrínseco tan deseado.

O bien, puede que haya leído acerca de proponer tareas (proyectos, problemas, salas de escape…) que despierten el interés de tal modo que sus alumnos se sumerjan en ellas como si fueran la mejor aventura.

Es verdad. Muchas de esas teorías tienen para aportar a nuestra tarea cuando hacemos docencia en un aula.

Pero muchas de esas teorías a veces se alejan mucho del aula, de esas aulas reales en las que convivimos día a día alumnos y profesores. Sí, acierta usted, aulas que no son islas sino se insertan en contextos escolares.

 

La motivación de alumnos

Nadie tiene que venir a contarnos que la motivación de los alumnos es relevante para su aprendizaje. Hayamos reflexionado o no al respecto, todos los que estamos o alguna vez hemos estado en un aula en rol de enseñante sabemos (porque lo hemos sentido, lo hemos palpado) qué ocurre cuando un alumno se engancha en aquello que queremos enseñarle. Sabemos qué se siente cuando lo que llevamos al aula produce interés, genera preguntas, suscita ese murmullo propio de quienes se han puesto manos a la obra. También sabemos cuando eso no.

Tal vez si el lector alguna vez leyó algo de motivación se ha encontrado con que aquello es un constructo, es decir, algo que no puede apreciarse o medirse directamente sino a través de indicadores, señales que dan pistas para saber si una persona está motivada. Por ejemplo, que la acción persista en el tiempo (empiezo el curso de cocina y continúo hasta finalizarlo) es un indicador de motivación. Desde luego, es más fácil describir si alguien está o no motivado, que pensar cómo intervenir (y si es posible intervenir) para que alguien esté motivado.

Pero no es este el lugar en el que quiero explayarme en qué hacer (ya que tenemos tiempo y espacio en otros lugares). Quiero pensar primero con usted, lector profesor, en usted.

 

También, la motivación de los profesores

“El mito del experto remite a la posición que ocupa el profesor en relación con otros (personas o instituciones) que se supone tienen un nivel de conocimiento muy superior al del profesor, y por lo tanto constituyen un espejo no sólo válido sino necesario en el cual reflejarse. El profesor que quiere aprender, o el profesor que necesita lucir, ambos están en situación de comparar su desempeño con lo que proponen los expertos.” (Elliff, 2010, p. 99).

Escribí eso hace más de una década, y lo veo renovadamente vigente cada vez que aparecen oleadas innovadoras en los ámbitos educativos (ergo, ¿siempre?). Lo de aprender y lucir venía a cuento de dos orientaciones motivacionales de las tres que presentaban Huertas y Montero (2002) y que por entonces me habían dado mucha tela para cortar, aquella vez en mi primera experiencia en investigación, sí, centrada en la motivación de los profesores.

Pero traigo la cita ahora no por lo de aprender y lucir, sino por lo del mito del experto y los “debería” que atraviesan la profesión docente.

Dígame usted, que es profesor de tal o cual nivel educativo, si no le sigue pasando que viene otra oleada más de novedad e innovación, y otra vez parece que usted tendría que estar implementando todo eso en el aula no mañana, sino antes de ayer. No planteo la im-pertinencia de las innovaciones, ni que no haya motivaciones genuinas alrededor de ellas; sino los modos en que suelen irrumpir en los contextos educativos, muchas veces con explícitos o implícitos de todo lo que usted, profesor, debería lograr. Da para tanto, pero tanto análisis, que no es este el lugar.

De lo que ciertamente esto es lugar, es el de plantearnos para qué sirve hacer y tener teorías de la motivación humana, ya sea suya o de sus alumnos. Desde luego que no para decirle cuán motivado debería usted estar…

 

¿La teoría? A los zapatos…

Disculpe que me haya puesto hoy tan autorreferencial, pero es que todo lo que he escrito viene, de un modo u otro, de lo que me han contado los profesores, aquellos que tan generosamente han compartido sus historias de vida en diversas investigaciones.

No sé si coincidirá usted conmigo, profesor/a, en que hay teorías que nos resultan sumamente interesantes, pero cuando queremos llevar algo de eso al aula resulta en dosis de exigencia e impracticidad poco compatibles con la realidad cotidiana. Otras, igualmente atractivas y que ofrecen buenos desafíos intelectuales, parecen cojas cuando entran a las aulas, incapaces de adaptarse a terrenos desiguales e irregulares, es decir propios de la realidad misma.

No sé si coincidirá usted conmigo, profesor/a, cuando digo que la teoría tiene que empezar a ponerse un poco en nuestros zapatos.

Si le interesa seguir conversando acerca de esto, seguimos. Para pensar cosas posibles. Que el camino es largo pero también ancho, y la motivación es, siempre, con otros.

 

Referencias

Elliff, H. (2010) Historias de vida docente: una mirada émica a la motivación del profesorado. Tesis de maestría. Disponible en http://hdl.handle.net/10469/2992

Elliff, H. (2022) Motivación. La teoría en mis zapatos. Buenos Aires: Dunken.

Huertas, J. A. y  Montero, I. (2002). La intervención motivacional en el aula. Madrid: Santillana (formato multimedia para educación a distancia en la red, ISBN: 84-294-7772-1).

 

Fuente: Gestión Educativa.

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