Por: Óscar A. Pérez Sayago – Secretario General de la CIEC.
La manera como Jesús educa es plenamente coherente con el proyecto pedagógico hacia el cual orienta la totalidad de su vida y centra todo su mensaje: la irrupción y realización del Reino de Dios. Todo lo que Jesús dice, vive y hace tiene una intencionalidad absolutamente definida: la instauración aquí y ahora del reinado de Dios.
Por eso, en el centro de su misión evangelizadora-educativa está su propia práctica. Jesús evangeliza-educando, mediante la acción y para suscitar una práctica transformadora con miras a la construcción del Reino.
El Reino de Dios se inaugura y se va construyendo, no por el simple anuncio o proclamación de la Buena Nueva, sino mediante las obras, la práctica, y los signos históricos concretos de vida y de misericordia que liberan, que curan, que dignifican a las personas. La Buena Nueva de la llegada del Reino de Dios está indisociablemente unida en Jesús al hecho de “sanar toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo”[1] y con la práctica de la misericordia que cura, acoge, reconcilia[2]. Todos estos signos son demostrativos de que “ha llegado el Reino de Dios”[3]
Cuando Juan el Bautista en la cárcel oyó hablar de las obras[4] de Jesús, envió a dos de sus discípulos a preguntarle si él era el Mesías que debía venir o si tenían que seguir esperando a otro.
Cuando Pedro proclama a Jesús como el Cristo, enviado por Dios Padre para anunciar la Buena Nueva de la paz, compendia toda su vida en una brevísima y al mismo tiempo perfecta biografía: “Jesús de Nazaret que pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él”[5].
Jesús educa y salva, haciendo poner en pie y andar a los paralíticos, devolviendo la vista a los que no veían, abriendo los oídos a los sordos, restableciendo el habla, haciendo renacer a la vida, reincorporado a la comunidad, todas obras que encarnan el principio de la misericordia y la solidaridad.
Jesús presenta, además, las obras que realiza como el criterio fundamental de la verdad y autenticidad de su enseñanza. No son las palabras el criterio de veracidad y credibilidad, sino su propia práctica. La verdad se demuestra, se verifica (se hace verdad) con las obras, según el principio expuesto por Jesús de obrar la verdad”[6]: “Las mismas obras que realizo, dan testimonio de mí, de que el Padre me ha enviado”[7].
La autoridad educativa de Jesús se fundamenta en la plena coherencia entre lo que enseña y lo que hace; en la inseparable relación entre palabra—vida, palabra-testimonio, porque en él su palabra era inseparable de la práctica, a diferencia de los escribas y fariseos que “decían, pero no hacían”[8]:
Por lo mismo, la finalidad de su pedagogía no era generar un nuevo saber, sino suscitar una vida nueva, una nueva manera de ser, de vivir y de actuar.
Por esta razón, Jesús puede decir con toda autoridad: “Aprendan de mí”[9]. Precisamente porque con fidelidad hace la voluntad del Padre, puede afirmar que él mismo en persona es “el camino, la verdad y la vida”[10]. Jesús es el método (camino) que une inseparablemente la teoría (verdad) y la acción (vida). Porque enseña lo que vive y hace, puede decir con toda razón: “Yo soy la luz del mundo. El que me siga no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”[11]
Lo importante y decisivo en la pedagogía de Jesús es que el discípulo empiece a vivir diferente y a actuar de un modo nuevo a la manera de Jesús, tal como él da ejemplo: “¿Comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor, y tienen razón, porque efectivamente lo soy. Pues bien, si yo, que soy el Maestro y el Señor, les he lavado los pies, ustedes deben hacer lo mismo unos con otros. Les he dado ejemplo, para que hagan lo mismo que yo he hecho con ustedes”[12].
Del mismo modo, Jesús establece el criterio para distinguir los verdaderos profetas de los falsos: “Por sus frutos los conocerán […]. Así todo árbol bueno da frutos buenos, mientras que el árbol malo da frutos malos”[13].
Jesús advierte con toda claridad que la praxis es la base de su seguimiento y no las palabras vacías: “No todo el que dice: ¡Señor, Señor! entrará en el Reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial”[14]; “¿para qué me llaman Señor, Señor, ¿si no hacen lo que digo?”[15].
Para hacer más incisivo el fruto esperado con su pedagogía, plantea esta parábola: “Un hombre tenía dos hijos. Llegando al primero le dijo: ‘Hijo, vete hoy a trabajar en la viña. Y él respondió: ‘No quiero’, pero después se arrepintió y fue. Llegó luego al segundo, y le dijo lo mismo. Y él respondió: ‘Si Señor’, y no fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad del Padre?”[16]
Para Jesús la práctica de la misericordia y el amor eficaz son el criterio definitivo para entrar a formar parte del proyecto salvífico de Dios[17] y el fruto efectivo de su acción educativa.
El mejor fruto y resultado esperado de la pedagogía de Jesús que brota de su acción misericordiosa es la práctica y las obras de sus discípulos, a ejemplo suyo, que es la luz del mundo: “Ustedes son la sal de la tierra; pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se salará? Ustedes son la luz del mundo […]. Brille su luz delante de los hombres de modo que, al ver sus buenas obras, den gloria a su Padre que está en los cielos”[18].
El criterio fundamental para distinguir si se es discípulo suyo o no, es la práctica del amor fraterno: “En esto conocerán que son discípulos míos: si se tienen amor los unos a los otros “[19].
Es claro que la pedagogía de Jesús contrasta con muchas prácticas educativas y pastorales, preponderantemente verbalistas y mediáticas, en las cuales prevalece el aprendizaje conceptual y el impacto de la imagen, como si las cosas cambiaran por el simple hecho de decirlas, afirmarlas o verlas, y cuestiona mucho más las incoherencias que como educadores se pueden tener entre el decir y el hacer. Jesús, con su ejemplo, invita a asumir la pedagogía de la praxis y a unificar coherentemente la palabra con la vida; más aún, que la vida y la práctica sean la mejor palabra e inobjetable enseñanza.
Para más información:
PERESSON, Mario Leonardo, 2012, A la escucha del maestro, Bogotá, Colombia, 2012.
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Fuente: CIEC.
[1] Mt 4,23; 9,35.
[2] Cf. Mt 9,18—26. 27-3132-34; 10,7-8; 11,2—5; 12,9-l3.22—28, etc.
[3] Mt 12,28.
[4] Cf. Mt 11,2.
[5] Hch 10,38.
[6] Cf. Jn 3,21.
[7] Jn 5, 36; cfr. Jn 10,25-26.37-38.
[8] Mt 23,3.
[9] Mt 11,29.
[10] Jn 14,10.
[11] Jn 8,12.
[12] Jn 13,13-14.
[13] Mt 7,l5-20.
[14] Mt 7,21.
[15] Lc 6,46.
[16] Mt 21,28-31.
[17] Cf. Mt 25,31-46.
[18] Mt 5,13-16.
[19] Jn 13,35.