Tiziana Campisi – Ciudad del Vaticano
El Papa entrega su discurso preparado a la Federación Internacional de Universidades Católicas en el que insta a las universidades a ser protagonistas en la construcción de una cultura de paz, a inspirar caminos de vida auténtica y a ensuciarse las manos evangélicamente en la transformación del mundo y en el servicio a la persona humana. “Ayuden a la Iglesia a construir alianzas intergeneracionales e interculturales en el cuidado de la casa común”, escribe el Pontífice
En un tiempo de gran fragmentación, debemos tener la audacia de ir contracorriente, globalizando la esperanza, la unidad y la concordia, en lugar de la indiferencia, las polarizaciones y los conflictos.
Esta es la invitación que Francisco dirige a la Federación Internacional de Universidades Católicas (F.I.U.C.), fundada hace cien años como asociación y bendecida por Pío XI, en el discurso pronunciado ante sus ciento cincuenta representantes recibidos en la Sala del Consistorio del Palacio Apostólico. Un amplio texto que el Pontífice prefiere no leer a causa de su “respiración un poco dificultosa”, explica, debido a un “resfriado que no se va”.
Me permito entregarles el texto para que lo lean. Y gracias, muchas gracias. Gracias: quiero darles las gracias por este encuentro, por el bien que hacen las universidades, nuestras universidades católicas: sembrar la ciencia, la Palabra de Dios y el verdadero humanismo. Les agradezco mucho. Y no se cansen de seguir adelante: sigan siempre adelante, con la misión tan hermosa de las universidades católicas. No es la confesionalidad lo que les da identidad: es un aspecto, pero no el único; es quizá ese humanismo claro, ese humanismo que hace ver que el hombre tiene valores y que hay que respetarlos”.
En el texto preparado, el Papa señala que en el actual escenario de guerra – “la tercera guerra mundial en pedazos”- es necesario “que las Universidades católicas sean protagonistas en la construcción de la cultura de la paz, en sus múltiples dimensiones que deben ser abordadas de modo interdisciplinar” y que sean también “expresión de ese amor que anima toda acción de la Iglesia, es decir, el amor de Dios a la persona humana”.
Una búsqueda común de la verdad animada por el amor
En el mundo actual, en el que “incluso la educación se está convirtiendo, lamentablemente, en un negocio y grandes fondos económicos sin rostro invierten en escuelas y universidades como se hace en la bolsa”, el Pontífice exhorta a las instituciones de la Iglesia a “demostrar que tienen otra naturaleza y se mueven según otra lógica”.
Un proyecto educativo no se basa sólo en un plan de estudios perfecto, un equipamiento eficaz o una buena gestión. En la universidad debe palpitar una pasión mayor, debe verse una búsqueda común de la verdad, un horizonte de sentido, y todo ello vivido en una comunidad de conocimiento donde la generosidad del amor, por así decirlo, se toque con la mano.
Inspirar recorridos de vida auténtica
El funcionalismo y la burocracia no deben prevalecer en las universidades católicas, porque “no basta con otorgar títulos académicos”, añade Francisco, que exhorta a “despertar y conservar en cada persona el deseo de ser”, ya que no sólo hay que aspirar a “modelar carreras competitivas”, sino también a “promover el descubrimiento de vocaciones fecundas, inspirar caminos de vida auténtica e integrar la contribución de cada uno en la dinámica creativa de la comunidad”.
Por supuesto, hay que pensar en la inteligencia artificial, pero también en la inteligencia espiritual, sin la cual el hombre sigue siendo un extraño para sí mismo. La universidad es un recurso demasiado importante como para vivir sólo “al paso de los tiempos” y postergando la responsabilidad que representan las grandes necesidades humanas y los sueños de los jóvenes.
Las universidades católicas no se cierren al mundo
A continuación, el Papa cita la “pequeña fábula” de Franz Kafka, para recomendar no “confiar la gestión” de las universidades “al miedo”, como, en cambio, sucede con frecuencia, en la “tentación de encerrarse tras los muros, en una burbuja social segura, evitando los riesgos o los desafíos culturales, dando la espalda a la complejidad de la realidad”.
El miedo devora el alma. No rodeen nunca la Universidad con muros de miedo. No permitan que una Universidad Católica se limite a replicar los muros típicos de las sociedades en que vivimos: los de la desigualdad, la deshumanización, la intolerancia y la indiferencia, de tantos modelos que buscan fortalecer el individualismo y no invierten en la fraternidad.
Opciones que reflejen el Evangelio
Y recurre, el pontífice, a las palabras del pensador Miguel de Unamuno, para señalar que “el saber por el saber” es inhumano y que es necesario reflexionar sobre el “potencial transformador” del conocimiento producido por las universidades católicas, para comprender “a qué y para quién” se está al servicio.
La neutralidad es una ilusión. Una universidad católica debe hacer opciones, opciones que reflejen el Evangelio. Debe tomar partido y demostrarlo con sus acciones, de manera nítida; “ensuciarse las manos” evangélicamente en la transformación del mundo y al servicio de la persona humana.
Ayudar a la Iglesia en el diálogo sobre temas contemporáneos
Por último, Francisco agradeció a las universidades católicas por “la enseñanza, la investigación y la retribución a la comunidad” y les pidió que ayuden a la Iglesia “a iluminar las aspiraciones humanas más profundas con las razones de la inteligencia y las ‘razones de la esperanza'”, y “a conducir sin miedo diálogos sobre los grandes temas contemporáneos”, “a traducir culturalmente, en un lenguaje abierto a las nuevas generaciones y a los nuevos tiempos, la riqueza de la inspiración cristiana; a identificar las nuevas fronteras del pensamiento, de la ciencia y de la técnica y a habitarlas con equilibrio y sabiduría”, y también “a construir alianzas intergeneracionales e interculturales en el cuidado de la casa común, en una visión de ecología integral, que dé una respuesta eficaz al grito de la tierra y al grito de los pobres”.