Por: Óscar A. Pérez Sayago – Secretario General de la CIEC.
No hay educación, promoción o formación auténticas sin una orientación, sin una intencionalidad implícita o explícita. Siempre se educa en un determinado contexto y teniendo en miras una antropología y una comprensión y visión de la sociedad y del desarrollo humano. Al hacerlo se actúa con responsabilidad ante las/os niñas/os, las/os jóvenes y sus familias, la sociedad y la Iglesia. De ninguna manera se puede aceptar que la educación sea un simple instrumento y mecanismo de reproducción del “statu quo”.
Queremos formar personas auténticas, que actúen con responsabilidad y con coherencia, autónomas y críticas, que piensen y actúen por sí mismas, con convicciones profundas y que tengan un liderazgo en la sociedad como actoras y promotoras de cambio social, con miras a la construcción de una sociedad equitativa, sin discriminaciones y con igualdad de oportunidades para todas y todos, democrática y participativa, soberana en sus propósitos y decisiones para garantizar el bien común.
Por esto, el proyecto evangelizador a través de la educación, propio de la escuela católica e inspirado en la antropología cristiana, tiene un propósito muy claro y concreto: la promoción integral de la niña y del niño, de la joven y del joven, cuyo sentido último es la configuración con Cristo, plenitud de la vocación del ser humano en el plan con Dios[1].
Vamos a profundizar, entonces, en primer lugar, lo que significa para nosotras/os la promoción integral a través de la educación evangelizadora.
Entendemos la promoción o formación integral, como el proceso continuo, permanente y participativo, que busca desarrollar armónica y coherentemente todas y cada una de las dimensiones del ser humano: ética, espiritual-trascendente, intelectual-cognitiva-científica, psico-afectiva-sexual, comunicativa-relacional, estética, ecológica, corporal, lúdica, socio-política-ciudadana, tecnológica-laboral, con el fin de lograr su realización plena tanto en la sociedad como en la Iglesia.
Detrás de estas dimensiones hay una antropología, o concepción del ser humano y el conjunto de componentes esenciales que es necesario desarrollar, si se quiere que alcance la plenitud de lo que implica ser persona.
Consideramos la persona humana como un ser uno y a la vez pluridimensional, de la misma manera como un organismo vivo está compuesto por múltiples miembros, pero articulados vitalmente en unidad.
Para desarrollar plena y totalmente a la persona en su proceso de humanización, a lo largo y ancho de toda su vida, proponemos unas dimensiones que consideramos indispensables para lograrlo, buscando que el conjunto de intervenciones educativas estén orientadas a lograr su desarrollo integral. Sólo en su unidad totalidad e interrelación se puede alcanzar una autentica educación. Si se descuida o dejan de lado una o varias de ellas, la persona quedará incompleta o mutilada humanamente.
Si hablamos de “formación” y de “promoción” de la persona, es porque se pretende desarrollar y orientar las diferentes dimensiones o potencialidades que posee. Si agregamos a ese sustantivo el adjetivo “integral”, es para indicar que comprende la totalidad de aspectos o componentes del ser humano.
Para más información:
PERESSON, Mario Leonardo, 2012, A la escucha del maestro, Bogotá, Colombia, 2012.
#SomosEscuelaCatólicaDeAmérica.
Fuente: CIEC.