Oscar A. Pérez Sayago
Como seres vivos que somos, necesitamos comer, beber, alimentarnos; en una palabra, necesitamos consumir. Pero nuestra cultura nos ha acostumbrado a explotar ilimitada la naturaleza para que tengamos superabundancia de oferta de bienes de consumo. Esta estrategia, que no causaba mayores problemas, hoy, acarrea consecuencias perversas: la Tierra ya no soporta tanta explotación.
La publicidad que penetra en todos los estratos sociales, incluso en los más pobres, aunque muy por encima de todo está el estatus de las clases ricas y disolutas, por otro lado, hay millones y millones de personas que pasan hambre de manera crónica.
Por eso desde la Escuela Católica debemos reforzar la autolimitación, que significa un sacrificio necesario en favor de los que menos tienen y pasan necesidad. También genera ahorro para el planeta y pone los intereses colectivos por encima de los privados, fundando una cultura de la sencillez voluntaria, la frugalidad modesta y la sobriedad compartida.
El consumo es solidario y sobrio cuando sabemos compartir lo que la naturaleza y la cultura nos ofrecen con aquellos que menos tienen y más necesitan.
El consumo es responsable cuando nos damos cuenta de las consecuencias letales de los estilos de vida dominantes. Las personas son inducidas a consumir más de lo que necesitan, cuando en la mesa de las grandes mayorías no hay siquiera lo indispensable. El consumo responsable y frugal se contenta con lo suficiente y lo digno, e invita a asumir una cultura de la sobriedad voluntaria que no obedece a los reclamos de la publicidad, sino que se orienta por las necesidades de los otros.
Tenemos que comportarnos como los peces en época de desove. Nadan contra la corriente hasta llegar a la fuente para desovar allí y de eso modo reproducir la vida.
