por: Lucía García López
‘Peter Pan’, el protagonista de la famosa película de Disney, representa a un niño que no quiere crecer. A pesar de tener ya edad suficiente para comenzar a comportarse con madurez, el joven se niega a ello y prefiere seguir viviendo sin preocupaciones ni responsabilidades, dedicando sus días únicamente a jugar y vivir aventuras. Y aunque parezca que este argumento tiene únicamente que ver con la ficción, la realidad es que existen muchos menores, adolescentes e, incluso, adultos que se sienten así, fruto de padecer el llamado Síndrome de Peter Pan.
¿En qué consiste el Síndrome de Peter Pan?
El término fue acuñado en 1983 por el psicólogo Dan Kiley quien escribió el libro ‘The Peter Pan Syndrome: Men Who Have Never Grown Up’ (El síndrome de Peter Pan: los hombres que nunca crecieron). A partir de esa publicación, este síndrome se empezó a utilizar en la psicología popular, aunque la Organización Mundial de la Salud (OMS) no lo ha reconocido como un trastorno psicológico. Para el propio doctor Kiley, el problema representa “el conjunto de características que sufre una persona que no sabe o no quiere aceptar las obligaciones propias del periodo madurativo que le corresponde, no pudiendo desarrollar los roles (adulto, padre, pareja, adolescente…) que se esperan según su ciclo vital o desarrollo personal”.
Y es que según apuntan desde el Centro de Psicología Clínica y Psiquiatría Manuel Escudero, las personas que lo padecen se caracterizan por ser inmaduras, irresponsables y egoístas; además de tener dificultades para afrontar los problemas, demandar continuamente cuidados y protección de su entorno, o contar con una baja autoestima y dificultades para relacionarse con los demás que pueden acabar derivando en ansiedad y depresión. “Son personas que viven en un continuo ‘Carpe Diem’, y no quieren pensar en el futuro. Suelen presentar un comportamiento impulsivo, y si algo no les sale bien, creen que la culpa es de los demás, no suya; suelen idealizar la juventud para negar la madurez y, como consecuencia de esto, tienen una preocupación en exceso por su aspecto y bienestar físico”, explican los profesionales de este centro.
Las causas: infancias infelices, sobreprotección familiar, educación permisiva o presencia de TDAH
En cuanto a sus causas, los expertos recalcan que la mayoría de personas que desarrollan el Síndrome de Peter Pan lo hacen por factores relacionados con su infancia. “El patrón educativo durante la infancia tiene un fuerte impacto en el desarrollo emocional de las personas que sufren este síndrome, causando un déficit en las habilidades sociales, miedos, dificultades en el control de los sentimientos y en la aceptación de las responsabilidades, entre otros”, explican también desde este mismo centro. Y éste puede darse tanto en personas que han tenido una infancia infeliz y marcada por la falta de afectos, como en aquellos que tuvieron una educación demasiado permisiva, en la que no había reglas, responsabilidades ni exigencias; o incluso en los que han sufrido sobreprotección familiar, pues crecen sin saber enfrentarse a los problemas.
Otro factor que para algunos psicólogos se relaciona con este problema es la presencia del Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH). La Fundación CADAH, una entidad benéfico-asistencial que trabaja para ser un referente en la atención a los afectados con este transporto, explica que “debido a que el TDAH implica aspectos de inmadurez social y psicológica en menores y adolescentes que lo padecen, muchos de los comportamientos que presentan en la escuela, en la familia y en el área social tienen que ver con conductas infantilizadas”.
Qué hacer ante un posible caso
Como todos los problemas psicológicos y conductuales, para hacer frente a este síndrome que suele afectar sobre todo a adolescentes y adultos es necesario recurrir a ayuda psicológica. Para ello, la Fundación CADAH recomienda “comenzar por ayudarles a asumir su situación con el fin de que se den cuenta que su actitud no es adecuada; así como enseñarles a que afronten la realidad y sus propias dificultades y, de este modo, asuman las consecuencias de sus comportamientos y decisiones”.
Estos expertos, además, recalcan que es importante que las intervenciones que se realicen en estos casos se centren en los siguientes aspectos:
- Mejorar y desarrollar una buena autoestima.
- Motivarles a que tomen iniciativas para cambiar las situaciones difíciles que se les presentan, mediante el uso de técnicas cognitivas-conductuales de modificación de conducta, resolución de problemas, estilos comunicativos asertivos…
- Facilitarles el desarrollo de su propia independencia y autonomía del entorno, y animarles a que piensen en nuevos retos y metas realistas y alcanzables para ir avanzando de una forma paulatina y tener un correcto desarrollo evolutivo y madurativo.