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Bogotá, Colombia - América

La Biblia Corazón de la Meditación Cristiana

La Biblia Corazón de la Meditación Cristiana

Por Pbro. Juan Manuel Ribeiro, secretario ejecutivo de la Comisión Episcopal de Educación. Conferencia Episcopal Argentina.

En 1989, la entonces Congregación para la Doctrina de la Fe presidida por el Cardenal Ratzinger envió una carta a los obispos de la Iglesia Católica sobre Algunos aspectos de la meditación cristiana. A fines de esa década en occidente comenzaban a difundirse con más fuerza corrientes espirituales nacidas de la llamada “New Age” que reeintrepretaban tradiciones orientales como la hinduista y budista en clave occidental. Hoy esas corrientes con condimentos neognósticos y neopelagianos están muy presente en varias propuestas de espiritualidad en diversos movimientos en la Iglesia Católica.

Creo que en vistas al VIII Encuentro Interamericano de Pastoral Educativa, organizado por la Confederación Interamericana de Educación Católica que tiene como tema central “Biblia y Escuela” resulta interesante reflexionar sobre la meditación cristiana y las Sagradas Escrituras.

El documento sobre la meditación cristiana reconoce: “El deseo de aprender a rezar de modo auténtico y profundo está vivo en muchos cristianos de nuestro tiempo, a pesar de las no pocas dificultades que la cultura moderna pone a las conocidas exigencias de silencio, recogimiento y oración” (Nro. 1). Pero a la vez advierte: “Con la actual difusión de los métodos orientales de meditación en el mundo cristiano y en las comunidades eclesiales, nos encontramos ante un poderoso intento, no exento de riesgos y errores, de mezclar la meditación cristiana con la no cristiana. Las propuestas en este sentido son numerosas y más o menos radicales: algunas utilizan métodos orientales con el único fin de conseguir la preparación psicofísica para una contemplación realmente cristiana; otras van más allá y buscan originar, con diversas técnicas, experiencias espirituales análogas a las que se mencionan en los escritos de ciertos místicos católicos” (Nro. 2). Esto último es lo que hay que discernir a la hora de hacer oración contemplativa o meditación con la Biblia.

Uno de los pilares de la meditación de corte oriental consiste en “la doctrina de aquellos maestros que recomiendan «vaciar» el espíritu de toda representación sensible y de todo concepto (. . .) No hay duda de que en la oración hay que concentrarse enteramente en Dios y excluir lo más posible aquellas cosas de este mundo que nos encadenan a nuestro egoísmo”. (Nro. 19) Pero hay que comprender en clave cristiana ese “vaciamiento” orante: “Este don puede ser concedido sólo «en Cristo a través del Espíritu Santo» y no por nuestras propias fuerzas, prescindiendo de su revelación”. (Nro. 20)

 

La meditación cristiana, no es una técnica, es Gracia

Por lo tanto, la meditación cristiana es ante todo una Gracia de Dios, que antecede todo lo que hacemos, lo acompaña y finaliza. Nos predispone a orar, nos acompaña en la oración y nos lleva de la oración al encuentro con los hermanos. Todo es Gracia de Dios y no esfuerzo humano. Asevero esta afirmación con las palabras del documento cuando dice: “Ciertamente, el cristiano tiene necesidad de determinados tiempos para retirarse en la soledad, para meditar y para encontrar su camino en Dios; pero, dado su carácter de criatura, y de criatura consciente de no estar seguro sino por la gracia, su modo de acercarse a Dios no se fundamenta en una técnica, en el sentido estricto de la palabra, porque esto iría en contra de la infancia espiritual que predica el Evangelio. La auténtica mística cristiana nada tiene que ver con la técnica: es siempre un don de Dios, del cual se siente indigno quien lo recibe”. (Nro. 23)

Por otra parte, la meditación cristiana nada tiene que ver con el mindfulness, tan difundido hoy día en círculos eclesiales. Esta técnica de meditación busca centrar la atención y redireccionar los pensamientos. Muchas personas la practican para reducir el estrés, mejorar su concentración o incrementar su bienestar emocional. Si bien, puede ser una técnica psicoterapéutica, no sirve tampoco como un momento propedéutico para la oración y la meditación. El silencio cristiano, el silencio orante, nada tiene que ver con un silencio vacío o una quietud psicológica. El silencio en la meditación cristiana, no es un esfuerzo pelagiano o semipelagiano para llegar a Dios, sino la disposición que la misma Gracia de Dios hace en el creyente para ensanchar su corazón para orar al Padre mediante el Espíritu de Cristo nuestro Señor. La oración en todo momento es un Don del Espíritu Santo y no una técnica que mediante el esfuerzo humano eleva al hombre a Dios.

San Agustín un maestro insigne, nos recuerda el documento, como gran doctor de la Iglesia: “recomienda concentrarse en sí mismo, pero también trascender el yo que no es Dios, sino sólo una criatura. Dios es «interior intimo meo, et superior summo meo». Efectivamente, Dios está en nosotros y con nosotros, pero nos trasciende en su misterio”. (Nro. 19)

La meditación cristiana, tolera el misterio, no busca encerrarlo ni controlarlo, por eso es una meditación en todo momento transcendente.

Ahora bien, ¿qué hacer con el aspecto psicofísico de la oración, tan valorado en la cuarta parte del catecismo de la Iglesia Católica? (Cfr. CIC 2702-2703). Es verdad que somos psicocorpóreos y no asumirlo sería caer en un angelismo. Por eso, el documento que vengo citando sostiene: “La meditación cristiana de Oriente ha valorizado el simbolismo psicofísico, que a menudo falta en la oración de Occidente. Este simbolismo puede ir desde una determinada actitud corpórea hasta las funciones vitales fundamentales, como la respiración o el latido cardíaco. El ejercicio de la «oración del Señor Jesús» por ejemplo, que se adapta al ritmo respiratorio natural, puede, al menos por un cierto tiempo, servir de ayuda real para muchos. (. . .) El simbolismo, comprendido en modo inadecuado e incorrecto, puede incluso convertirse en un ídolo y, como consecuencia, en un impedimento para la elevación del espíritu a Dios”. (Nro. 27) Por lo cual, el método, el camino, el ejercicio o la llamada técnica puede terminar en convertirse en un ídolo, en donde se busca más la técnica o el modo, que a Dios mismo. Algo parecido puede pasar si se confunden los movimientos psicológicos con las mociones del Espíritu Santo, tal y como señala el documento: “Algunos ejercicios físicos producen automáticamente sensaciones de quietud o de distensión, sentimientos gratificantes y, quizá, hasta fenómenos de luz y calor similares a un bienestar espiritual. Confundirlos con auténticas consolaciones del Espíritu Santo sería un modo totalmente erróneo de concebir el camino espiritual”. (Nro. 28).

En el texto de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio se tiene muy en cuenta la corporalidad del ejercitante para favorecer su disposición a la oración, para discernir lo que le sucede y para responder al encuentro con Dios. Por ejemplo, “el ejercitante debe cuidar la postura del cuerpo (EE 75-77), el régimen de sueño y de descanso (EE 73, 84), el grado de oscuridad o de claridad más conveniente para cada etapa (EE 79) y administrar el uso conveniente de “temporales cómodos” (EE 229). Tiene un tratamiento particular el modo de alimentarse el ejercitante dentro y fuera de su retiro (EE 210-217), y durante el mismo incluye la posibilidad de usar la penitencia o temperancia en las comidas (EE 83-86) y la conveniencia de establecer su propio menú cada día, “porque el régimen del comer influye mucho en la elevación o depresión del ánimo” y consiguientemente en su experiencia espiritual”. (Cfr. “La aplicación de sentidos”. Luis M.ª García Domínguez)

 

La meditación cristiana no me encierra sino me abre a la caridad

La meditación cristiana, lejos de aislarme del mundo y de los demás, me acerca al prójimo a través de Dios. Más aun, como lo señalaron muchos santos cristianos, como San Vicente de Paul, la caridad cristiana al hermano necesitado es una prolongación misma de la oración y de la meditación. En esta línea el documento enfatiza: “La caridad de Dios, único objeto de la contemplación cristiana, es una realidad de la cual uno no se puede «apropiar» con ningún método o técnica: es más, debemos tener siempre la mirada fija en Jesucristo, en quien la caridad divina ha llegado por nosotros a tal punto sobre la cruz, que también Él ha asumido para sí la condición de abandonado por el Padre (cf. Mc 15, 34). Debemos, pues, dejar decidir a Dios la manera con que quiere hacernos partícipes de su amor”. (Nro. 31)

Se comprende entonces la palabra de San Agustín: “Tú puedes llamarme amigo, yo me reconozco siervo” o también a Santa Teresa de Ávila “cuando decía que orar es saber quién es Dios, quien soy yo y sufrir la diferencia”. Es decir, la meditación cristiana con humildad reconoce la transcendencia de Dios que no puede quedar atrapado por ninguna técnica o método de meditación.

El beato Cardenal Pironio decía que los cristianos estábamos llamados a ser contemplativos en acción y activos en la contemplación. En los momentos de meditación traer a nuestra oración, toda nuestra vida y las personas a las que nos cruzamos. Como reza el segundo prefacio de adviento: “Encontrarte Señor, en cada persona y acontecimiento para recibirte con Fe”. Esa sería la meta de la oración contemplativa. Recuerdo a un viejo y sabio sacerdote que confesaba todos los 7 de cada mes en el Santuario de San Cayetano y me dijo una vez: “Me llevo material para rezar todo el mes con todo lo que oigo en las confesiones”. Me contaba que todo lo que escuchaba en las confesiones, se lo contaba a Jesús en los silencios de la consagración en la misa, después de elevar el Cuerpo y la Sangre de Cristo. La contemplación, la meditación, sin dudas, tiene que incluir a los hermanos, tiene que poner a Cristo y a los demás en el centro. También recuerdo a una catequista que me contaba que cuando rezaba su Rosario diario, cada cuenta que pasaba, pensaba en un catecúmeno y se la dedicaba especialmente. Es un ejemplo más de meditación contemplativa de una pastora de un pequeño rebaño como es una catequista.

 

La Biblia centro de la meditación cristiana

El documento sobre la meditación cristiana lo menciona al pasar, pero el centro de la meditación cristiana debe estar en el Evangelio. No hay verdadera meditación cristiana que no se enfoque en meditar la Palabra de Dios. Como nos recuerda el Concilio Vaticano II  “a Dios hablamos cuando oramos, a Dios escuchamos cuando leemos sus palabras” (DV 25). En cuanto a la meditación nos recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica: La meditación hace intervenir al pensamiento, la imaginación, la emoción y el deseo. Esta movilización es necesaria para profundizar en las convicciones de fe, suscitar la conversión del corazón y fortalecer la voluntad de seguir a Cristo. La oración cristiana se aplica preferentemente a meditar “los misterios de Cristo”, como en la lectio divina o en el Rosario. Esta forma de reflexión orante es de gran valor, pero la oración cristiana debe ir más lejos: hacia el conocimiento del amor del Señor Jesús, a la unión con Él”. (CIC 2708)

Hay diversas formas para acercarnos a la meditación cristiana. Una es tomando la forma ignaciana de los ejercicios espirituales, cuyas meditaciones siempre parten de las Sagradas Escrituras. Una manera muy sensible para acercarse a las perícopas bíblicas es la llamada “composición de lugar”, en la cual uno se imagina dentro de una escena bíblica usando los sentidos para entrar en el pasaje que se está leyendo, y estar abierto a las mociones del buen espíritu. Esta composición de lugar es el primer paso de la meditación jesuítica, llamado preámbulo de la oración, el segundo es meditar con el texto mismo y terminar con un coloquio y contemplación a partir de lo leído y meditado.

La otra forma, es la tan antigua “Lectio Divina” con sus tres pasos característicos. “Lectio”, o “lectura”, es el primer paso del proceso de oración. Los primeros monjes comprendieron que los frutos de la oración del monje dependen de la simplicidad, reverencia y apertura que se tenga hacia el Espíritu con que el “lector” se acerque a la Palabra de Dios. El objetivo de esta lectura no es leer apresuradamente varios capítulos de la Escritura. El lector, más que intentar abarcar amplias secciones de la Escritura, adopta una postura de reflexión hacia un breve pasaje bíblico, deteniéndose en una única palabra o frase que resuene en su mente y su corazón. Esta “lectura” lleva a un segundo paso, conocido como “meditatio” —“meditación” en latín— que invita a reflexionar acerca de lo que se ha leído. Los antiguos monjes explicaron este proceso como el pensar profunda y detenidamente acerca de la Palabra que uno ha leído, como si la masticara, algo así como el rumiar de las vacas. A medida que se lee la Palabra en este segundo paso, el proceso de “rumiar” lleva gradualmente al meditador a cambiar su enfoque de las inquietudes de la mente a las inquietudes del corazón. La Palabra conmueve más profundamente con el tercer paso, al que los monjes de antaño denominaban “contemplatio” o “contemplación”. La contemplación está caracterizada por una apertura del corazón, mediante la cual el lector experimenta a Dios como el Dios que ora en nuestro interior, quien permite a la persona que contempla conocer la Palabra sin palabras y sin imágenes. Contemplatio, por la gracia de Dios, ofrece una habilidad única de establecer conexiones entre los nuevos conocimientos conseguidos en relación con las experiencias de la vida diaria y la inspiración que proviene de la Palabra de Dios y que tiene la capacidad, por la gracia divina, de renovar el corazón y la mente. El cuarto y último paso, “oratio”, que significa “oración” o “rezo”, invita a una respuesta personal a Dios. Esta respuesta es dialógica y se puede entender como “una conversación entre amigos”, como Santa Teresa de Ávila definía la oración. Uno dedica tiempo a conversar con Dios acerca de lo que ha leído, escuchado o experimentado, o acerca de las cuestiones que hayan surgido en las profundidades del ser. Esta respuesta puede resultar transformadora cuando uno acepta las incitaciones de la Palabra de abrazar todo lo que ofrece la vida. Uno puede encontrar a Dios en los puntos álgidos y los puntos bajos de la vida, en tiempos de gozo y de dolor, así como en los momentos ordinarios de cada día. (cita textual de “El Arte y la Práctica de Lectio Divina”, Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos)

 

 

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