Educar supone tener que decir “no” en algunos momentos. Tus hijos necesitan crecer con límites claros que les permitan diferenciar lo adecuado de lo que no lo es. Y aunque en ocasiones se puede pensar que las normas y decir “no” es de padres autoritarios o de otra época, nada más lejos de la realidad.
De hecho cada vez más estudios coinciden en que los niños que son educados en un ambiente afectuoso pero en el que hay límites claros, son más felices y se convierten en adultos más competentes, responsables, fuertes y mejor integrados en la sociedad.
Lo primero para aprender y poder decir “no” sin sentirse culpable es tener claras algunas ideas:
-¿Por qué le digo que “no” a mi hijo? Seguramente la primera respuesta que se te ha venido a la mente es “porque es lo mejor para él/ella” y es precisamente eso lo que tienes que recordar cuando veas a tu hijo llorar o gritar y te entren las dudas y el remordimiento. Que no se te olvide que los límites son necesarios y buenos para tus hijos
Decir “no” es mucho más sencillo de lo que puede parecer. Esta receta simplifica los pasos que puedes dar para que tú “no” surta efecto:
1. Decir algo positivo y empatizar:
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“Me encanta ir contigo al parque porque sé que te gusta mucho estar con tus amiguitos”
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“Entiendo que para ti es importante ir a ese viaje”
2. No justificarse ni mentir:
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“Pero hoy no podemos ir porque tenemos que visitar a la abuela”
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“Pero en esta ocasión no irás porque estás castigado”
3. Proponer una solución alternativa (opcional):
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“Si te parece mañana invitamos a un amigo a casa para que juegues con él”
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“Si vuelve a surgir otro viaje y las circunstancias lo permiten, irás”
4. Si insisten mucho puedes utilizar la técnica del Disco Rayado:
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“Sé que te has disgustado pero hoy no iremos al parque. Es normal que te enfades pero hoy iremos a visitar a la abuela…”
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“Sé que te apetece mucho pero en esta ocasión no irás al viaje. Entiendo que pienses que soy una mala madre pero aún así no irás al viaje…”
Es cierto que ningún hijo recibe de buen gusto un “no” a algo que desea y te lo harán saber con lloros, rabietas, portazos o malas caras pero lo importante es que tengas presente que esa frustración pasajera por la que está pasando tu hijo, es buena para él porque le está preparando para hacer frente a su vida adulta. Si les mandamos el mensaje de que pueden conseguir todo lo que quieren inmediatamente y sin esfuerzo, no les estaremos dando una visión real de cómo funciona el mundo. Debemos hacer niños fuertes que sean capaces de superar las frustraciones y demorar la gratificación inmediata.