Oscar A. Pérez Sayago
Para que se dé realmente la sostenibilidad, sobre todo cuando interviene el factor humano, capaz de influir en los procesos naturales, no basta con el funcionamiento mecánico de los procesos de interdependencia e inclusión. Se hace necesario otra realidad que se combine con la sostenibilidad: el cuidado. Este constituye en palabras de Leonardo Boff, “una relación amorosa, no agresiva y protectora de los procesos vitales”.
Antes que nada, el cuidado es una constante cosmológica. Si las energías originales y los primeros elementos no se hubieran regido por un sutilísimo cuidado para que todo se mantuviera en su debida proporción, el universo no hubiera surgido y nosotros no estaríamos aquí.
Somos hijos del cuidado. Si nuestras madres no nos hubieran acogido con infinito cuidado no habríamos podido bajarnos de la cuna e ir a buscar nuestro alimento. El cuidado es aquella condición previa que permite llegar a un ser existir. Es el orientador anticipado de nuestras acciones para que sean constructivas y no destructivas.
En todo cuanto hacemos interviene el cuidado. Cuidamos lo que amamos. Amamos lo que cuidamos. Hoy, por los conocimientos que poseemos acerca de los peligros que pesan cobre la Casa Común y toda forma de vida, si no ejercitamos el cuidado, surge la amenaza de nuestra desaparición como especie. En cuanto a la Tierra, empobrecida, seguirá por los siglos su curso en el cosmos, pero sin nosotros.
La categoría cuidado tiene una larga historia que viene de la mayor antigüedad, de los griegos, de los romanos, pasando por San Agustín y los filósofos Martin Heidegger, que ven en el cuidado la esencia misma del ser humano, en el mundo, junto con los otros, y de cara al futuro.
Solo viviendo radicalmente el cuidado garantizaremos la sostenibilidad de nuestra casa común y de nuestra vida.