Oscar A. Pérez Sayago
La educación ambiental ha ido ampliando sus objetivos. Si al comienzo estaba muy centrada en la información científica y en la concientización y prevención de riesgos ambientales, ahora tiende a incluir una crítica de los «mitos» de la modernidad basados en la razón instrumental (individualismo, progreso indefinido, competencia, consumismo, mercado sin reglas) y también a recuperar los distintos niveles del equilibrio ecológico: el interno con uno mismo, el solidario con los demás, el natural con todos los seres vivos, el espiritual con Dios (LS, 210).
Cuando hablamos de educación, lo primero que viene a la cabeza es la escuela. Por eso, quiero compartir algunas sugerencias desde la escuela que podamos utilizar.
Una sugerencia importante para nuestra escuela, es realizar clases al aire libre. Las clases al aire libre deben permitir movimiento, exploración, experimentación, interacción de los participantes entre sí y con el medio. Es la gran oportunidad para conectar con la naturaleza y no solo mirarla desde un asiento improvisado. Impartir clases al aire libre rompe en mil pedazos el sistema habitual que tenemos los docentes de planificar una sesión en el aula. El tiempo, el espacio y las emociones se expanden y contraen de forma irregular cuando estamos en la naturaleza. Tenemos que aprender a no tener el control absoluto de la clase, dejar de los intereses de los estudiante fluyan con más libertad y adaptarnos a ellos. La labor del docente no es tanto preparar una clase al modo tradicional, sino tener una lista de recursos muy honda y diversa, para que pueda responder con agilidad a las cuestiones que surjan al aire libre. Experimentar la naturaleza tal cual es ciencia viva.
Esta flexibilidad que se exige al docente con sus temas y recursos, le permitirá vincular unas áreas del conocimiento con otra. Al final, la vida real no está separada como las asignaturas. Como tenemos conocimiento, los problemas ambientales no son exclusivos de la naturaleza. Están relacionado con aspectos sociales, políticos, económicos, históricos… No podemos pretender mejorar nuestra relación con el ambiente si no entendemos dicha interrelación. La labor del docente es la de acompañar y orientar a los educandos a nuevos desafíos.
El vínculo con la naturaleza debe construirse despacio, a base de pequeñas experiencias acumuladas poco a poco. Que configuran nuestro acervo personal. Es un proceso que, de puro lento y discreto, no se ve a simple vista y, es además, difícil forzar. Sin ese vínculo, todo el esfuerzo puede llegar a ser contraproducente.
